Qué hace un editor: la industria editorial a través del tiempo

Por Hugo García Michel

Para responder a la pregunta de qué hace un editor hace falta comprender los cambios que ha experimentado la industria editorial. Ahora conocemos los libros y las revistas como objetos complemente normales, pero no siempre fue así. En este artículo, les platico mi experiencia como editor de libros y de revistas impresas y digitales.

Del modo de escribir, editar e imprimir

El de Johannes Gutenberg tendría que ser un nombre venerado por la humanidad. Aunque no está del todo claro si este alemán del siglo XV es realmente el inventor de la imprenta (tenemos un presidente que cree que la inventaron los aztecas), hasta ahora no hay quien le haya arrebatado ese merecimiento. Gutenberg habría inventado la primera máquina de imprimir libros en serie alrededor de 1440 y con ello cambió el curso de la historia.

De la xilografía a la imprenta

Cierto que en la antigüedad más remota hubo formas de reproducir las diversas escrituras del mundo. Por ejemplo, 400 años antes de Cristo, los romanos utilizaban moldes de arcilla; en el siglo XI los chinos empleaban piezas de porcelana para hacer reproducciones; para no hablar de los monjes copistas de la Edad Media. Sin embargo, la invención del nacido en Maguncia en 1399 cambió el proceso de la elaboración de libros. Antes de él, estos se hacían por medio de la xilografía, una técnica con la cual un artesano grababa sobre una tabla de madera las palabras o dibujos que tenían que reproducirse. Aparte de que se trataba de un trabajo muy laborioso, cuando algún trozo de esa madera se desgastaba o se cambiaba parte del contenido, era necesario volver a construir el molde completo.

Lo que hizo el entonces herrero fue perfeccionar aquellas técnicas de impresión, al fundir en metal cada una de las letras del alfabeto por separado y ponerlas una a continuación de otra. De este modo fue posible componer más rápido las páginas y los moldes pudieron ser reutilizados para formar otras páginas. Así de fácil como se lee, representó una revolución que a partir de entonces permitió la difusión de la cultura hasta llegar a los niveles masivos de la actualidad.

Durante los siglos siguientes, el invento del buen Johannes se fue perfeccionando y ya en el siglo XIX la imprenta empezó a volverse industrial. Nacieron los primeros grandes tirajes que a lo largo del siglo XX se convirtieron en algo común e hicieron del libro un producto al alcance de todos.

La lectura hace al editor

Para ser un editor, hay que leer. Leer libros, revistas, historietas… leer lo más que se pueda. Pertenezco a una generación que nació cuando los libros eran ya un objeto perfectamente normal. Vine al mundo a mediados de los años cincuenta del siglo pasado y desde muy niño tuve contacto con esos maravillosos objetos impresos en papel y con portadas de cartón forrado (o de papel un poco más grueso). Mi abuela materna me regaló mi primer libro en 1962, cuando tenía yo siete años de edad, volumen que aún conservo en más o menos buenas condiciones. Se trataba de Corazón: diario de un niño, el clásico de la literatura italiana escrito en 1886 por Edmundo de Amicis.

El hechizo fue inmediato. Leí y releí el libro hasta que una hermana de mi madre me obsequió Los cazadores de microbios de Paul de Kruif y luego llegaron a mis manos las versiones compendiadas (editadas por Novaro) de Las aventuras de Tom Sawyer de Mark Twain, Ben-Hur de Lewis Wallace y Mujercitas de Louisa M. Alcott. Esos fueron los primeros libros que tuve y con los que inicié mi biblioteca personal que, más de medio siglo después, llega a unos mil 500 volúmenes. El contacto con la lectura hizo que me interesara también por la escritura. Mi primer intento por ser escritor sucedió de manera por demás delirante, cuando tenía doce o trece años.

El poder ideológico de la prensa

Un primo me prestó un libro de bolsillo editado por Populibros La Prensa: El Bismarck. La novela del germano Frederick Zhur contaba los avatares de un acorazado alemán de la Segunda Guerra Mundial. Contrario a lo que se nos había dicho en la escuela y en los medios de comunicación, en este relato los héroes eran los nazis y los enemigos los países aliados, principalmente Gran Bretaña y los Estados Unidos de América. Como yo era en ese entonces muy influenciable, me tragué el anzuelo. No sólo eso: también decidí escribir mi propia novela… acerca de un heroico barco alemán que combatía a los aliados.

Como no quería que la trama fuese idéntica a la de El Bismarck, me inventé otra que yo supuse diferente. En mi ingenuo delirio y mi cándida ignorancia, me inventé una escena en la cual el protagonista de la historia era atacado en la cubierta de la nave por dos espías estadounidenses o ingleses (no lo recuerdo bien) y cuando estaban a punto de asesinarlo, alguien llegaba a rescatarlo, mataba a los dos tipos y  salvaba la vida del narrador. Entonces escribí algo así como: “Desconcertado, miré entre las sombras a mi salvador y me quedé asombrado: era Hitler”. Lo sé: un horror.

Cuando le mostré lo que llevaba escrito (a mano, en un cuaderno de raya) a mi primo Javier (el mismo que me había prestado el libro), se escandalizó, me dijo que no podía escribir semejantes cosas y mucho menos poner a Adolfo Hitler como héroe. Sobra decir que ahí terminó mi primer intento por ser escribidor (Vargas Llosa dixit). No tengo la menor idea de qué pasó con el manuscrito, pero sospecho que mi primo lo confiscó y lo quemó.

Cómo aprendí el oficio de editor

Aunque en aquellos momentos dejé por la paz la idea de ser novelista y un año después empecé a tocar la guitarra y a componer canciones, mi afición por la lectura no sólo no se detuvo sino que se volvió un hábito (¿o un vicio?) que me acompañaría desde entonces y hasta la fecha. Me convertí en un lector voraz de literatura, pero como también empezaba a transformarme en izquierdista (algo en lo cual influyeron sobremanera las historietas y los libros del caricaturista Eduardo del Río, Rius, además de las ideas de mi hermano Sergio, diez años mayor que yo y socialista convencido), a fines de los años sesenta y principios de los setenta del siglo pasado devoraba también muchos libros sobre marxismo, comunismo y crítica histórica, política y social que me facilitaba el propio Sergio).

Una juventud lírico-literaria

Mi meta era ser músico y difundir mis ideas de gauche (con ciertas dosis de hippismo) por medio de las canciones que escribía. Con mis amigos, los hermanos Federico y Adolfo Cantú, conformé en 1972 el trío acústico Octubre y tuvimos algunas presentaciones incluso en televisión. Pero lo de la música rebasa el tema de este texto, así que volvamos al asunto que nos trajo aquí.

Por esas vueltas que da la vida, tuve que abandonar mi deseo de ser músico y luego de dar clases durante dos años, en 1979 ingresé casi sin proponérmelo a la industria editorial, como guionista de historieta (esa también es otra historia) y redactor de la revista Natura, de Editorial Posada.

Para ese entonces, llevaba ocho años de haber abandonado la escuela (la dejé en segundo de preparatoria, cuando estudiaba en la Prepa 6 de la UNAM). A pesar de mi amor por los libros y las revistas, no tenía la menor idea de lo que era el trabajo editorial, pero el dueño de Posada, don Guillermo Mendizábal Lizalde, y el director editorial de la misma, Ariel Rosales, me vieron potencial y así ingresé a las que en la práctica fueron mi verdadera carrera y mi verdadera universidad.

Una editorial legendaria

En Editorial Posada (una empresa de absoluta leyenda), aprendí todo lo que tenía que aprender sobre el arte de editar revistas y libros, sobre todo las primeras. Empecé, sí, como redactor en Natura (magazine mensual especializado en temas de naturismo, vegetarianismo, medicina natural, ecología, etcétera que había sido fundado nada menos que por mi entonces gurú: Rius) y muy pronto ascendí a jefe de redacción y más tarde a director de la misma.

¿Cómo hacíamos la revistas en los 80?

El proceso para elaborar cada número de la revista podría parecer hoy primitivo y extraño, incluso extravagante. Piénsese que aún no existían las computadoras personales y mucho menos la edición digital. Todo lo redactábamos en máquinas de escribir mecánicas, aunque luego llegaron las primeras máquinas eléctricas. Las colaboraciones externas nos eran entregadas directamente por los articulistas y reporteros, aunque más tarde aparecieron los faxes que permitían enviar los textos a distancia. Una vez mecanografiado el texto en papel, lo pasábamos al área de tipografía (donde quienes tipografiaban eran en su gran mayoría mujeres) y de ahí iba directo al área de diseño. Los diseñadores trabajaban a mano, pegando (literalmente: con pegamento) las columnas tipografiadas y las fotografías e ilustraciones recortadas. Así se conformaban las páginas de cada ejemplar antes de irse a la imprenta.

De editor a periodista

Trabajé de ese modo hasta que a fines de los ochenta salí de Posada (donde en 1988 pude publicar mi primer libro, la investigación periodística y de clara postura crítica contra la energía nuclear Más allá de Laguna Verde, ¡con portada de Rius!). A partir de ese momento, dejé de ser editor para convertirme en reportero. Colaboré en las más diversas publicaciones (desde culturales hasta dedicadas a la pesca comercial) y así fui aprendiendo el oficio de periodista, en la práctica y sobre la marcha.

Gracias a ello pude abarcar géneros como la entrevista, la crónica, el reportaje y la crítica musical, lo que me abrió las puertas también de los periódicos diarios y logré colaborar en varios de ellos hasta recalar en El Financiero, en 1991, como columnista de la sección cultural que dirigía Víctor Roura, donde permanecería hasta 1997, con mi columna “Bajo presupuesto”, y años más tarde, en Milenio Diario, donde estaría 18 años (de 2000 a 2018), con mis columnas “Cámara húngara”, de temática política, y “Gajes del orificio”, sobre asuntos musicales. Desde 2009 soy editor de “Acordes y desacordes”, el sitio de música de la revista Nexos.

Una revista del rock nacional

Volvamos a retroceder en el tiempo. A principios de los años noventa, se empezaba a trabajar más con computadoras. Era un momento de transición dentro de la industria editorial. Al principio, los artículos aún solían escribirse a máquina y se entregaban personalmente o por fax. Pero el diseño cada vez se realizaba más desde las PC o las primeras Mac. Para mediados de esa década, la computarización era casi total, tanto en la elaboración de libros como en la de diarios y revistas. Pero todavía no existía Internet, no como un medio masivo.

El origen de La Mosca

En 1994, mi vida dio un gran giro. Un año antes, propuse al editor Jaime Flores la publicación de una revista de rock, un viejo sueño que tenía yo desde mi época en Posada. El proyecto me fue aceptado y en febrero de 94 apareció La Mosca en la Pared, de la cual fui director. Mi experiencia de quince años atrás, como editor de Natura, me fue de absoluta utilidad y gracias a esa escuela, supe cómo dar forma y estructura a mi idea.

La Mosca duraría catorce años y lograría una trascendencia que yo jamás hubiera imaginado. Hoy día, la publicación sigue siendo un referente y una revista de culto que recuerdan con gusto y nostalgia decenas de miles de personas a lo largo y ancho del país (me he encontrado con gente que tiene la colección completa lo mismo en Guadalajara que en Mérida, en Pachuca que en Torreón, en Ensenada que en Monterrey, etcétera).

Por causas que no vienen a cuento en este momento, la revista desapareció en 2008. En los casi tres lustros que tuvo de vida, a quienes la hacíamos nos tocó vivir diversos cambios tecnológicos en la elaboración y producción editorial. Empezamos haciéndola con máquinas de escribir y al final ya todo estaba digitalizado e Internet era el medio por excelencia (llegamos a tener una versión en línea llamada La Mosca en la Red, aún bastante elemental). Lo que ya no nos tocó a plenitud fueron las redes sociales, salvo el correo electrónico (con Hotmail a la cabeza) y sitios como MySpace.

El editor en la era de Internet

De Gutenberg a Internet, las cosas han evolucionado de una manera alucinante. Aunque lo digital no ha suplido a lo impreso, sí lo ha determinado y condicionado. Hoy día, editar una revista en papel resulta no sólo económicamente costoso sino editorialmente incierto. Las empresas e instituciones que solían comprar publicidad en la prensa escrita han ido dejando de hacerlo, pero tampoco se atreven a entrar de lleno a las ediciones virtuales.

No obstante, la tecnología no se detiene. De una u otra manera, las editoriales (como las disqueras en el caso de la música) han ido dejando de imponer su voluntad y hoy un escritor puede editar sus obras por Internet, de manera más o menos independiente, ya sea como e-books o incluso en volúmenes impresos. Eso representa una gran ventaja para los autores (por ejemplo, en el caso de las regalías), aunque el prestigio que da ser publicado por ciertas casas editoras sigue pesando. Mis dos novelas conocidas (Matar por Ángela, de 1988, y Emiliano, de 2017), fueron editadas como libros impresos, mientras que mi tercera novela, La suerte de los feos, este año fue publicada como libro electrónico.

En conclusión…

¿Hacia dónde va el mundo de los libros y de todo lo que desde hace siglos existe impreso y tangible? Difícil decirlo. Hoy todavía resulta posible tener una biblioteca tradicional en casa, pero también se puede tener una inmensa biblioteca virtual en el teléfono inteligente. ¿Aterrador o fascinante? No lo sé. Quizás ambas cosas.

Hugo García Michel

Hugo García Michel

Hugo García Michel nació en Tlalpan, Ciudad de México, el 26 de marzo de 1955. Músico, periodista, escritor y editor. Coordinador de “Acordes y desacordes”, sección de música de la revista Nexos. Director de la revista La Mosca en la Pared (1994-2008). Autor de los libros Más allá de Laguna Verde (1988), Matar por Ángela (1998), Cerca del precipicio (2012), Emiliano (2017), La suerte de los feos (2022) y el disco solista Nunca es tarde (2021).

1 comentario en «Qué hace un editor: la industria editorial a través del tiempo»

  1. Excelente texto; claro, sencillo, sin rimbombancias. Siempre me ha caído bien Hugo García Michel, desde que estaba en El Financiero con Roura, otro gran personaje del periodismo cultural.
    Saludos.

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